Ver a la primera infancia en sus carritos pasear con sus familias, observando todo lo que a su alrededor se encuentran, queriendo tocar los nuevos estímulos que en los paseos se le presentan, mostrando curiosidad por los nuevos rostros, y sonriendo o escondiéndose según la interpretación de cada criatura, ha sido lo más habitual durante muchos años. Lo más habitual y lo más natural, ya que no es más que el aprendizaje sensorial propio de nuestra naturaleza humana. Hoy en día esta realidad está cambiando, y si me permiten mi opinión, a un ritmo vertiginoso y poco saludable. Seguimos viendo a estas niñas y a estos niños pasear, pero en un gran número de ocasiones, ya dejan de percibir conscientemente sus entornos, dejan de ensimismarse ante pájaros que vuelan en las cercanías, o ante paisajes no vistos antes. Y esto es así porque cada vez con más frecuencia, los adultos que acompañamos a las nuevas generaciones, tendemos a aportarles un estímulo tan intenso, tan seductor para nuestro sistema natural de recompensa, que difícilmente, a edades tan tempranas, pueden resistirse a usarlos. Hablamos de las pantallas.
Antes de reflexionar sobre este tema, voy a exponer algunos de los conocimientos que hoy en día ya tenemos sobre el proceso madurativo del cerebro.
Actualmente ya no hay dudas sobre la naturaleza social de los seres humanos, y es desde el año 1992, que contamos con el concepto de neurociencia social a través de los estudios de Cacciopo y Bertson (I., 2012).
Llevar a un nivel práctico nuestra naturaleza social, implica que debemos tener muy presentes cuáles son los estímulos a los que la infancia se ve expuesta, y cómo son las experiencias socioemocionales que brindamos como adultos cuidadores.
David Bueno, biólogo e investigador nos dice respecto a la maduración cerebral: “¿No hay lugar para la influencia de factores ambientales más allá de los genéticos? Por supuesto que lo hay, y además es crucial”. (Bueno, 2016) Y en esta misma línea, y concretando con las funciones ejecutivas, tenemos estudios que nos indican que el desarrollo de éstas depende tanto de la maduración a través de procesos biológicos como de la cantidad y calidad de las experiencias de aprendizaje que proporciona el medio ambiente, por lo que se ha afirmado que factores tales como los socioculturales pueden influir en su desarrollo (Hackman & Farah, 2008) (Gutiérrez, AL, & & Ostrosky, 2011; Gutiérrez, AL, & & Ostrosky, 2011)
No podemos obviar dentro del proceso madurativo del cerebro, el desarrollo de las funciones ejecutivas, entendiéndolas como “aquellos procesos que permiten el control y regulación de comportamientos dirigidos a un fin.” (García-Molina, Enseñat-Cantallops, & Tirapu-Ustárroz, 2009).
Una vez realizada esta pequeña introducción, y pudiendo afirmar que el proceso madurativo del cerebro se produce tanto por la parte genética como por la interacción con el ambiente, podemos plantearnos qué papel juegan las pantallas, como estímulo ambiental, en dicho proceso madurativo.
Como pueden suponer este tema abarca un campo muy amplio y son muchos los estudios que hay al respecto, estudios que abordan la salud ocular, la obesidad, distintos tipos de enfermedades o la influencia en el rendimiento académico. En este sentido les recomiendo el libro La fábrica de cretinos digitales, de Michel Desmurget, y que supone una fabulosa compilación de dichas investigaciones.
Sin embargo, voy a compartir parte de estas investigaciones, con las experiencias vividas en estos más de diez años de encuentros junto a docentes, alumnado y familias, y donde, la reflexión y el aprendizaje han ido, y van, de la mano.
Es muy valiosa la información que se comparte en las formaciones, y aunque no podemos catalogarla como estudios científicos, no por ello debemos menospreciar todo lo que nos aporta, ya que son un reflejo de la realidad que estamos viviendo.
Recuerdo hace ya más de 6 años cómo un grupo de maestras de infantil comentaban que había alumnado que en clase decían frases e imitaban gestos propios de películas pornográficas. Aquello, que en su día me sorprendió y me pareció casi inverosímil al hablar de niños y niñas de tan corta edad, por desgracia, no ha sido, ni es, un hecho aislado; es más, se ha convertido en una realidad propia de una parte de la infancia, el acercamiento a la sexualidad a través de la pornografía.
En dinámicas relacionadas con el autocuidado y la autorregulación realizadas tanto en los cursos de primaria como en los de secundaria, al preguntar al alumnado por los recursos que utilizan para este fin, aparecen continuamente las pantallas, que usan bien para moverse en redes sociales, para jugar a videojuegos, visualizar vídeos y/o series. En ese momento les preguntamos si usan esos estímulos como diversión o como evasión, y tristemente, gran parte del alumnado reconoce que les ayuda a olvidarse de sus problemas. Cuando les preguntamos si al dejar la pantalla el problema ha desaparecido, nos dicen que no, y algunos dicen que entonces duermen o vuelven a cogerla. Una alumna dijo que los adultos, en vez de las pantallas, usaban el alcohol para evadirse. Interesante observación teniendo en cuenta que ambos estímulos comparten el mismo sistema de recompensa natural que poseemos los seres humanos.
En otra ocasión, preguntamos a alumnado de 1º ESO si consideraban que tenían control sobre las pantallas o más bien las pantallas sobre ellos/as. Sólo una persona dijo que controlaba la pantalla, el resto reconoció que la pantalla era quien ejercía el control. En este mismo encuentro, seguimos reflexionando junto al alumnado sobre cómo eso estaba afectando a sus rutinas de sueño, que pasaba por irse a dormir incluso a las cuatro de la mañana, y donde sólo una persona dormía con el móvil fuera de la habitación.
No sé qué les genera a ustedes estas realidades, en mí despierta enfado, alarma y tristeza, y me pregunto qué estamos haciendo los adultos y cómo estamos contribuyendo al desarrollo socioemocional de la infancia.
Sin duda, hay un elemento clave e ineludible en todo este asunto, y es el de la responsabilidad que los adultos adquirimos cuando ofrecemos a los menores estos artilugios.
Más allá de todos los perjuicios que muchas investigaciones nos citan respecto al mal uso de las pantallas, les invito a plantearse distintas cuestiones:
¿Estamos fomentando consciente o inconscientemente el uso de las pantallas como recurso de regulación emocional? Personalmente creo que esto es algo que está ocurriendo en los últimos años, y huelga decir el peligro que ello conlleva. Con estos recursos, la infancia y la adolescencia puede aprender a evadir, no a gestionar. Recordemos que los seres humanos aprendemos a regularnos en un proceso previo de corregulación, donde los adultos acompañamos, con firmeza y amabilidad a la infancia, proporcionando espacios de seguridad donde vivir la frustración e interiorizar, poco a poco, habilidades de regulación emocional. En este sentido, el investigador Héctor Ruiz postula: “En el ámbito familiar, las prácticas parentales que más contribuyen al desarrollo de las habilidades de autocontrol de los niños podrían resumirse en lo que algunos investigadores definen como un ambiente exigente pero alentador, que promueve la autonomía dentro de un marco de normas de comportamiento consistente y que proporciona un andamiaje emocional y cognitivo para ejercerla (Grolnick y Ryan, 1989).” (Martín, 2020)
Si nos centramos en el ámbito escolar, podemos recordar, tal y como nos indica el investigador Michel Desmurget, el famoso programa One laptop per child, en el que “los investigadores no tuvieron más remedio que reconocer la inutilidad de este costoso programa para las competencias escolares y cognitivas de los menores. En un gran número de casos, el balance fue incluso negativo, porque los beneficiarios preferían utilizar sus ordenadores para divertirse (a través de juegos, música, televisión, etc.) en lugar de para trabajar”. (Desmurget, 2023)
En esta misma línea, este autor plantea que “una cosa es preguntarse por las competencias digitales que ha de poseer cada alumno y otra plantearse si es posible, deseable y eficiente confiar una parte o la totalidad de la enseñanza de los saberes no digitales (lengua materna, matemáticas, historia, idiomas extranjeros, etc.) a la mediación digital”. (Desmurget, 2023)
Considero que la cuestión no es si debemos usar o no las pantallas; éstas ya forman desde hace años, parte de nuestras vidas. La cuestión es si estamos haciendo un buen uso de ellas, si tenemos claros los objetivos para los que las estamos usando, y si actuamos con consciencia y responsabilidad.
Hay funciones que una pantalla no puede ni debe sustituir, y este cometido debe ser intrínseco a la responsabilidad adulta que desempeñamos, especialmente al ser conocedores de nuestra naturaleza social.
Rudolf Dreikurs, uno de los psiquiatras infantiles e investigadores en los que la Disciplina Positiva hunde sus raíces, ya compartía a mediados del siglo XX, y con relación a los factores que repercutían en el desarrollo de la infancia, el concepto de atmósfera familiar; y en este sentido, exponía: “Al mismo tiempo que el niño está aprendiendo a enfrentarse con su entorno interior, está tomando contacto con su entorno exterior. La primera sonrisa de un bebé es su primer movimiento exterior hacia el contacto social. Responde al aliento de quienes lo rodean y encuentra placer en devolver una sonrisa con una sonrisa propia”. (Rudolf Dreikurs & Vicki, 1964)
La sonrisa, el aliento, la conexión, los límites, la comunicación, y la corregulación, entre otros muchos elementos imprescindibles para un saludable desarrollo de la infancia y de la adolescencia, los aportamos las personas, y se convierte en cuestión de supervivencia que no lo deleguemos en una pantalla.
Trabajos citados
- Bueno, D. (2016). Cerebroflexia. El arte de construir el cerebro. Barcelona: Plataforma.
- Desmurget, M. (2023). La fábrica de los cretinos digitales. Península.
- Enseñat, A., García, A., & Yguero, M. (2017). Neuropsicología y Escuela: Modelando el cerebro. A fondo.
- García-Molina, A., Enseñat-Cantallops, A., & Tirapu-Ustárroz, &. (2009). Maduración de la corteza prefrontal y desarrollo de las funciones ejecutivas. Revista de Neurología, 48(8), 425-440.
- Gutiérrez, AL, & & Ostrosky, F. (2011). Desarrollo de las Funciones Ejecutivas y de la Corteza Prefrontal. Revista Neuropsicología, Neuropsiquiatría y Neurociencias, 11(1), 158-172.
- I., G.-G. (2012). Breve introducción al estudio de las bases neurobiológicas de la conducta social. Psicología y Ciencia Social/ Psychology and Social Science, 11, 1 y 2.
- Martín, H. R. (2020). ¿Cómo aprendemos? Una aproximación científica al aprendizaje y a la enseñanza. Grao.
- Rudolf Dreikurs, M., & Vicki, S. (1964). Children the challenge. New York.