El primer artículo de mi recién estrenada web no puede girar en torno a un tema que no sea el concepto de pertenencia.
Cuando hace ya 11 años, me certifiqué como facilitadora de Disciplina Positiva, escuché, creo que, por primera vez, o al menos de manera consciente, este término. Me pareció un vocablo precioso, aun sin tener muy claro todavía el alcance de su significado; es más, me resultó una palabra muy familiar. Conforme fui leyendo los escritos de Alfred Adler, Rudolf Dreikurs o Jane Nelsen, el concepto de pertenencia fue tomando sentido y significado, y en mi día a día profesional, sería imposible el análisis de las situaciones observadas, sin pasar por este filtro.
La pertenencia es el gran motor en torno al que gira la Disciplina Positiva. Si queremos hacer un buen uso de las herramientas de Disciplina Positiva, es fundamental tener bien interiorizada esta idea.
Para indagar en este camino, es importante remontarnos a los trabajos de los psiquiatras Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, autores de mediados del s. XX. Dreikurs exponía la pertenencia en los siguientes términos: “Los estudios realizados indican que una de las causas de ansiedad es el temor a no pertenecer. La necesidad de formar parte del grupo y encontrar nuestro propio significado a través de nuestra pertenencia explica muchas clases de comportamientos”. (Dinmeyer & Dreikurs, 1968)
Pero son muchos los campos en los que esta expresión adquiere relevancia. Si nos vamos a las disciplinas relacionadas con la neuroeducación, podemos hablar de una relación directa con el instinto gregario.
Ya en 1940, el psicólogo humanista Abraham Maslow nos presentaba las cinco necesidades básicas en orden de importancia para los seres humanos, estando la necesidad de afiliación o pertenencia en tercer lugar; este modelo lo amplió posteriormente, añadiendo tres nuevas necesidades, y manteniendo la necesidad de afiliación en tercer lugar en orden de relevancia, anteponiéndose a ésta, tan sólo, las necesidades biológicas y fisiológicas y la de seguridad. (Maslow, 1958)
Unas décadas más tarde, el psicólogo David McClelland, en el año 1961, nos presenta las necesidades de los seres humanos en tres grandes grupos: la necesidad de logro, necesidad de afiliación y la necesidad de poder. (McClelland, 1988)
Para este autor, la necesidad de afiliación implicaba tres elementos: querer formar parte de un grupo, disfrutar de ayudar a los demás y favorecer la colaboración sobre la competencia. En este sentido, podemos conectar de nuevo con la Disciplina Positiva, ya que, desde este enfoque, la necesidad de pertenencia lleva implícita la necesidad de contribución.
Una de las preguntas que suelo plantear en las formaciones, y que os invito a realizaros, es: ¿Pensáis que todas las personas nos sentimos útiles en nuestro día a día? ¿Podríamos sentirnos parte de un grupo si percibimos que no contribuimos, que nuestras aportaciones no son necesarias? Probablemente no, y es por eso que, pertenencia y contribución, van de la mano.
Siguiendo con la línea del tiempo, y dando por hecho que son muchas las investigaciones que me quedan por descubrir, llegamos al año 1992, con los estudios de John Cacioppo y de Gary Berntson, de la Universidad de Ohio, que nos dicen: “Como especie social, los humanos crean organizaciones emergentes más allá del individuo, estructuras que van desde díadas, familias y grupos hasta ciudades, civilizaciones y alianzas internacionales. Estas estructuras emergentes evolucionaron de la mano de mecanismos neuronales, hormonales, celulares y genéticos, para apoyarlos, porque los comportamientos sociales consiguientes ayudaron a los humanos a sobrevivir y a reproducirse”. (Logatt Grabner, 2020)
Asociamos pues, pertenencia, afiliación y/o instinto gregario, a supervivencia de los seres humanos. ¿Cómo entonces, obviar este concepto que podríamos llamar principio, en el análisis de las situaciones que se dan en cualquier tipo de entorno social?
Llegamos a la conclusión de que nuestra especie es, por naturaleza, un ser social. Y, personalmente, considero que es responsabilidad primordial tomar consciencia de lo que esto implica en un plano práctico, comenzando por el efecto que este hecho tiene en el proceso madurativo de la infancia, en los contextos escolares, laborales, familiares o de cualquier otra índole, en la construcción de nuestros autoconceptos, autoestima, y de nuestras habilidades intra e interpersonales.
Es tan importante esta característica en los humanos que en investigaciones como la de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), se observó que la falta de pertenencia activaba la corteza cingular anterior de los cerebros, área que procesa el dolor físico y lleva a mantener la atención en dicho dolor. (Logatt Grabner, Curso universitario de neurosicoeducador, 2020)
Es decir, que la falta de pertenencia nos puede llevar a sentir dolor social, y este dolor comparte con el dolor físico áreas del cerebro que además están relacionadas con la atención. Pero… ¿qué implica esto a nivel práctico? Pues este hecho puede conllevar a que en entornos sociales donde sentimos ese dolor socio-emocional, nuestras capacidades cognitivas y ejecutivas pueden verse disminuidas, con la repercusión que esta situación tendría tanto en la interiorización y ejecución de aprendizajes, como en el compromiso en la interacción en las distintas atmósferas sociales en las que nos desenvolvemos.
Por lo tanto, la atención, requisito imprescindible para el aprendizaje, se ve alterada por factores tanto físicos como emocionales; en este sentido, y tras más de once años aprendiendo junto a grupos sociales de distintos contextos, he podido observar, que centrarnos en aspectos meramente académicos, laborales o formales, sin tener en cuenta los pilares socioemocionales, repercute de manera muy negativa en los procesos de aprendizaje y de contribución.
Y es por ello, que os invito a reflexionar sobre cómo la ausencia de pertenencia lleva aparejada la ausencia de seguridad, y os invito a reflexionar sobre la importancia de crear, de manera consciente, espacios seguros en los que fomentemos la pertenencia y la motivación individual a fin de respetar y nutrir de manera saludable y constructiva la naturaleza social que como seres humanos poseemos.
Cierro con una frase de la investigadora Naomi Eisenberger, donde, en uno de sus estudios, afirmaba que, “La importancia del apego social y sentir dolor cuando ese apego no se produce, nos aseguró el mantenernos en contacto con los demás”.
Bibliografía
- Dinmeyer, D., & Dreikurs, R. (1968). Cómo estimular al niño. El proceso del estímulo. Valencia: Marfil.
- Logatt Grabner, C. (2020). Curso universitario de neurosicoeducador. El cerebro social. Argentina: Asociación Educar para el desarrollo humano.
- Logatt Grabner, C. (2020). Curso universitario de neurosicoeducador. El valor de los vínculos afectivos. Argentina.
- Maslow, A. (1958). Una teoría dinámica de la motivación humana.
- McClelland, D. (1988). Human Motivation. Cambridge University Press.
Como siempre genial Macarena, me alegra mucho contar con este espacio y seguir aprendiendo de ti.
Un abrazo y adelante!
¡Gracias Silvia!
Un abrazo 🙂
Es indispensable sentirse perteneciente a algún grupo. Esa búsqueda no cesa. Ahora que soy madre, sin ser consciente busco a otras mamás que se conviertan en mi tribu, pertenecer a un grupo de mujeres mamás me da seguridad.
¡Hola Bea!
Cuando tomamos consciencia de lo que la pertenencia implica a nivel práctico, aprendemos también a ver las situaciones de manera diferente y al mismo tiempo se nos abre una ventana con recursos que antes no habíamos contemplado.
Un abrazo
Interesante reflexión.
Gracias
Me alegro que te resulte útil Laura.
Saludos